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En un fin de semana feriado de octubre de 2021 me reuní con un pequeño grupo de personas sobre el asfalto caliente de un antiguo camino de acceso rodeado de una cerca de dos metros y medio de altura. Estábamos en medio de 117 módulos prefabricados ya instalados, cada uno más pequeño que una celda de 21 metros cuadrados, (el mínimo recomendado por la Asociación Americana de Correccionales). Al este se encuentra una autopista y al oeste una plaza, poco usada por el ruido y la polución. Sobre la cerca, podíamos ver un nido de avispas colgando de uno de los árboles cercanos al campamento.
Estábamos en una visita abierta a un nuevo conjunto de microcasetas modulares en el barrio de Highland Park, un vecindario en proceso acelerado de gentrificación. “Tiny Home Village” fue fundada y construída en el verano de 2021 por la ciudad de Los Ángeles y es operada por la fundación cristiana sin ánimo de lucro Hope of the Valley (HOTV). El propósito establecido para los módulos era brindar vivienda temporal para 224 ocupantes transitando una situacion de falta de vivienda. Nuestro guía para la jornada era el Director Ejecutivo de la fundación HOTV, Ken Craft. Nos refugiamos del sol a la sombra de uno de los cobertizos y Kraft inició el recorrido diciendo: “¿Saben qué es lo que hace que todo esto funcione? Esta puerta.” dijo señalando a la única compuerta alrededor del perímetro, “y las cámaras ahí arriba,” dijo, alabando las cámaras de vigilancia instaladas a lo largo del eje central del sitio.
Cada módulo, fabricado en Seattle por Pallet Shelter, tiene un poco menos de 6m2, y está cerrado con paneles de plástico reforzado con fibra de vidrio en un marco de aluminio. Cada módulo consta de dos camas, algunas estanterías, y un aire acondicionado. Los baños y la lavandería son compartidos. Los residentes no tienen permitido cocinar. En su lugar, reciben tres comidas diarias. Los módulos se ubican en filas con una distancia de 3 metros entre cada uno, creando pasillos que atraviesan el campamento de extremo a extremo. Donde los límites del campamento se curvan se interrumpe el efecto de túnel producido por la forma repetitiva de los módulos.
Este es el sexto campamento que se abre en Los Ángeles desde el 2021, y el más grande de la nación. Las ciudades estadounidenses construyen conjuntos de microcasetas modulares desde 2016, momento en el que el Código Residencial Internacional fue modificado para incluir las microcasas. Los campamentos de microcasetas modulares están llenando lotes de terrenos públicos por toda la ciudad, especialmente en los barrios en gentrificación. Intentando esconder su parecido con los “campos de internamiento,” los campamentos de microcasas modulares, están disfrazados con gráficos llamativos en el asfalto, o murales azucarados de corazones y ositos de goma pintados en los módulos. Ninguna cantidad de ingenio puede domesticar el duro entorno que producen las filas de cobertizos diseñados para ser lo más baratos y rápidos de instalar y posible. Sin embargo, el rasgo mas distintivo de estos campamentos es a la vez el más invisible: las reglas deshumanizantes a las que los residentes tienen que someterse. Los conjuntos de microcasas modulares son carcelarios por naturaleza, aunque se presentan como viviendas.
Durante el recorrido, Craft habló sobre algunas de las reglas que rigen la vida en el campamento: cada vez que los ocupantes vuelven, son requisados por los guardias de seguridad. Cualquiera que llegue después de las 10 pm debe permanecer por fuera durante el resto de la noche. No se permiten invitados en ningún momento. El staff realiza “chequeos de bienestar” tres veces al día, violando la privacidad de los residentes. Hablé con varios miembros de la organización de base Street Watch LA (SWLA) y con residentes de campamentos de microcasas que detallaron algunas normas: los residentes no tienen permitido irse por más de 48 horas, sólo pueden traer 2 mochilas de 60 litros con pertenencias y no se les dan llaves. En un campamento en el Campus para Asuntos de Veteranos de LA, al oeste de Los Ángeles, Michael, un residente del conjunto “Village for Vets”, ha estado exigiendo al personal que den llaves a los residentes y está cansado de las contradicciones: “Están tratando de encontrarme vivienda pero no pueden confiarme una maldita llave?
Las reglas son aplicadas y a veces modificadas a discreción del personal. Los residentes y sus defensores reconocen que el personal está poco calificado y recibe pagos muy bajos. Y aunque también ellos luchan para mantener su vivienda, los residentes de las microcasas no encuentran solidaridad en el personal. Bunny, una organizadora de ayuda mutua para los residentes del campamento “Salvation Village”, dijo que el staff dejó de proveer a los residentes con productos de limpieza pero continuaba haciendo chequeos de limpieza. Cuando Bunny le compró algunos productos a los residentes, el staff no les permitió guardarlos en un lugar donde pudieran compartirlos, impidiendo a los residentes limpiar los módulos según los estándares establecidos.
Diseñados como refugios de emergencia, los módulos no permiten desarrollar una vida normal. Cuando no se inundan por la lluvia, la humedad matinal pasa a través de las paredes empapando papeles y documentos. La calefacción es difícil de controlar y ha hecho que los pisos de concreto se calienten tanto que algunas personas se han quemado los pies al salir de la cama.
Los residentes soportan estas condiciones porque temen ser señalados como “resistentes a alojamiento” y considerados menos prioritarios para acceder a los programas de vivienda permanente. Mientras tanto, la gente es expulsada de las microcasas sin un debido proceso. Una madre y su hija fueron desahuciadas por quedarse tres noches consecutivas con el padre de la niña, y a una mujer embarazada le informaron que una vez dé a luz deberá mudarse. Las organizaciones sin ánimo de lucro que administran los campamentos estiman un período de entre tres y seis meses entre mudarse a una microcasa y obtener una vivienda permanente. Pero de las personas entrevistadas, nadie nunca escuchó de alguien que haya pasado directamente de un campamento a un programa de vivienda permanente. Algunos residentes que han ejercido presión comunitaria sobre los trabajadores sociales han recibido vouchers “Sección 8”, que usan fondos estatales para subsidiar el pago de alquileres, pero estos no garantizan que el propietario acepte el voucher.
Las microcasas no deben ser entendidas como hogares, ni como vivienda, sino como una arquitectura de contención y destierro. Un hogar es un lugar en el que te sientes cómodo y seguro, donde puedes satisfacer tus necesidades básicas sin ser monitoreado, y que puedes dejar para visitar a tus seres queridos sin temer perderlo. Muchos residentes mantienen un espacio fuera de los campamentos porque es allí donde su comunidad está. Hablé con Carly O, un miembro de SWLA y de la Unión de Residentes de Los Angeles (LATU en inglés), quien describió la forma en que las microcasetas son usadas para redefinir un “hogar” y convencer a quienes nunca han estado sin hogar: “Han creado el concepto de vivienda perfecto para los “Nymbis” de las siglas Not In My Backyard (No en mi patio trasero). Estos campamento no están creados para quienes se ven forzados a aceptarlos, están dirigidos a las personas que quieren que las personas sin hogar desaparezcan”.
Rick Vansleve, presidente de HOTV, describió el impacto de los campamentos en el entorno vecino: “Las personas en el vecindario ven menos personas sin hogar, menos basura, menos crimen, menos usuarios de drogas merodeando por las calles. Creo que estas villas deberían esparcirse a lo ancho del país; como Starbucks, deben estar en cada comunidad”. El rol de un campamento de microcasas modulares en un plan integral de gentrificación es claro. Las microcasas y otras formas de vivienda carcelaria son parte de un sistema interdependiente de medidas destinadas a desterrar a las personas sin hogar de la vista pública y a invisibilizar la pobreza producida por alquileres elevados y salarios bajos. Entre estas medidas se encuentran las leyes que criminalizan a las personas sin hogar que se sientan o acuestan en el espacio público. Squalor* un miembro de SWLA y ATU me dijo: “La ciudad tiene dos botones. Botón uno: confórmate. Botón dos: ve a la cárcel. Si no te conformas, presiona el botón dos, ve a la cárcel, y eso son las microcasas”. Las ciudades estadounidenses tienen una larga tradición de renombrar leyes que destierran a personas pobres, queer, discapacitadas y racializadas.
La criminalización está en el corazón del sistema de servicios para personas sin hogar de Los Ángeles. El código municipal 41.18, una ley de “sentarse o acostarse”, ha sido derribado y revivido muchas veces desde su introducción en 1967, y puede remontarse a códigos para afroamericanos posteriores a la Guerra Civil, a las leyes de vagancia de principios del siglo XX y a la vigilancia de fronteras de vecindarios marginados a mediados del siglo XX. En el otoño de 2021, el código 41.18 fue resucitado mientras el lobby empresarial ansiaba el retorno de turistas, los concejales de la ciudad lanzaban sus apuestas de campaña para el ayuntamiento y los Juegos Olímpicos de Verano de 2028 se acercaban. La versión actual del 41.18 prohíbe a las personas sentarse o acostarse dentro de un territorio de “zonas de aplicación especial” delimitadas por círculos invisibles trazados alrededor de elementos de infraestructura, mobiliario urbano, algunos espacios públicos, y tipos específicos de edificios. Los círculos varían de tamaño, entre 1-300 metros. Cada refugio para personas sin hogar y cada proveedor de servicios tiene un círculo de 300 metros a su alrededor. Con cada nuevo campamento de microcasas viene una nueva zona especial de aplicación. Los concejales municipales también pueden dibujar estas zonas según su capricho, y típicamente tienen como objetivo asentamientos ya existentes. Este territorio invisible es difícil de predecir y no puede ser conocido en su totalidad por las mismas personas a las que está dirigido.
Las agencias de la ciudad han prometido priorizar la búsqueda de viviendas antes de hacer cumplir la ordenanza a través de desalojos de campamentos. Hasta ahora, las personas sin hogar señalan la ausencia de un enfoque de divulgación antes de que los trabajadores de sanidad lleguen para destruir sus pertenencias. En su lugar, oficiales armados les rodean mientras trabajadores de la ciudad les dicen que vayan a un refugio. Entre los defectos en esta ecuación hay un callejón sin salida: la falta de vivienda permanente (o incluso temporal) para las personas en situación de pobreza. En cambio, los funcionarios coaccionan a las personas para que ingresen en programas de vivienda carcelaria que constantemente superan su capacidad: campamentos de microcasas, cuartos de hotel con reglas y toques de queda, y refugios colectivos que expulsan a las personas en las mañanas.
Un reporte reciente del Instituto de Inequidad de UCLA indica que la estancia en una vivienda temporal puede ser perjudicial para la salud física, mental y social de las personas. El informe relaciona las muertes ocurridas durante o después de una estancia en viviendas carcelarias con una serie de factores, que van desde la constante restricción de la vida diaria debido a regulaciones draconianas, hasta el aislamiento que sienten los residentes en sus habitaciones aisladas, y las estrictas normas que obligan a los consumidores de drogas a hacerlo en condiciones inseguras y aisladas. Cuando las personas salen de las viviendas temporales y vuelven a donde estaban asentadas, con frecuencia encuentran que sus comunidades han sido arrasadas, lo que provoca un trauma adiciona. Si se consideran como viviendas, no está claro por qué estos programas no se traducen en una disminución de la falta de vivienda. Pero cuando se ven estas habitaciones de hotel, cobertizos y dormitorios por lo que son ––expresiones arquitectónicas de políticas que invisibilizan la pobreza sin hacer mucho por ayudar a las personas a salir de ella, intervenciones en el uso del suelo que justifican el destierro de las personas sin hogar de los vecindarios en gentrificación y una extensión del estado carcelario en el hogar–– la ecuación se cristaliza en una fórmula cruel para restringir la vida de las personas sin hogar.
Al comprender que la vivienda permanente existe casi exclusivamente para aquellos que pueden pagar rentas altas, algunas personas sin hogar y sus aliados han empezado a construir por su cuenta pequeños refugio. A principios de 2021, un carpintero de Toronto llamado Khaleel Seivwright construyó pequeños refugios y los entregó a personas sin hogar en los espacios públicos donde vivían. La ciudad de Toronto presentó una orden de alejamiento en su contra para prevenir su trabajo. Una historia similar se desarrolló en Los Angeles, donde a Elvis Summers se le prohibió entregar pequeños refugios a las personas viviendo en las calles de Compton. Estos refugios auto-construidos dan a los residentes seguridad y protección de los elementos sin destruir sus comunidades o perturbar sus vidas.
Las microcasas son perjudiciales para las demandas organizadas de las personas sin hogar. Demuestran el fracaso de la sociedad para maginar un departamento cómodo, seguro y digno como el lugar donde termina la falta de hogar, mientras normalizan el supuesto de que la inhabilidad de pagar renta o hipoteca hace a una persona sub humana. En lugar de apoyar la autodeterminación de las personas sin hogar proporcionando baños y lugares de recolección de basuras en los asentamientos ya existentes, el sistema de servicios para personas sin hogar de la ciudad los desempodera, invocando la retórica de la derecha de un “país de leyes” y sometiendolos a leyes que ninguna persona con vivienda tiene que cumplir. En lugar de vivienda pública, estos módulos deshumanizantes están construídos para almacenar personas pobres fuera de la vista pública, y un ecosistema de políticas trabajan para encarcelar y borrar a aquellos que rehúsan ser depositados en estos lugares. Los miembros de Residentes sin Vivienda contra Viviendas Carcelarias (UTACH por sus siglas en inglés), una organización de base en Los Ángeles, han presentado una serie de peticiones: el des-encarcelamiento de las viviendas temporales; y “autodeterminación comunitaria, autonomía, y los mismos derechos que los residentes con vivienda en Los Ángeles”. De acuerdo al gran censo de personas sin hogar de 2020, cerca del 60% de las personas sin hogar de la ciudad señalan dificultades económicas como la causa de su situación La prevención a largo plazo exige el fin de los desalojos y la socialización de la vivienda, más que el destierro de las personas en situación de pobreza. La solución a la falta de vivienda es una vivienda permanente, no una jaula.
*El nombre de Squalor ha sido cambiado de acuerdo a su petición
* Traducción de María Camila Salcedo y María Victoria Londoño Becerra